La vida en los centros de acogida para personas sin hogar esconden historias que deberían ser contadas. Dar voz a aquellos que no la tienen se presenta como un desafío que no muchas personas tendrán el coraje de enfrentar.
Me llaman Norris, y en mi caso particular, como Auxiliar de Servicios Sociales, he vivido la pandemia de una forma intensa. Desde un primer momento, nos encontramos con una falta de equipos de protección, de medidas preventivas para mitigar la expansión del virus y un equipo directivo que no solo brillaba por su ausencia, sino que, además, carecía de transparencia.
Me llaman Norris, y en mi caso particular, como Auxiliar de Servicios Sociales, he vivido la pandemia de una forma intensa. Desde un primer momento, nos encontramos con una falta de equipos de protección, de medidas preventivas para mitigar la expansión del virus y un equipo directivo que no solo brillaba por su ausencia, sino que, además, carecía de transparencia.
Muchas compañeras acabaron confinadas en soledad, tan solo acompañadas por el virus. Aquellas que por suerte no lo cogimos, o al menos no teníamos constancia de ello, tuvimos que seguir diseñando un plan de acción y hacer un ejercicio de sensibilización con el colectivo. Sin tratar de ser prejuicioso, el colectivo de personas sin hogar, aunque sea muy diverso, presenta ciertos patrones conductuales comunes y a menudo tienen una baja tolerancia a la frustración. Cuando la sociedad te ha excluido de una forma tan violenta, puedes adoptar una actitud evasiva a cualquiera medida impuesta, ya sea llevar una mascarilla, mantener el espacio de seguridad o respetar el confinamiento en el centro. Sin embargo, esta situación tan traumática nos ha dejado importantes reflexiones a todos los niveles.
La figura de Auxiliar, a pesar de estar establecida en un grupo profesional 3, que por el momento no parece que vaya a sufrir una movilidad ascendente dentro de esta categorización, ha sido un elemento determinante respecto a la gestión de la vida en los centros de acogida durante la epidemia. En la mayoría de estos centros se ha trabajado con servicios esenciales, en nuestro caso dábamos atención a 150 usuarios siendo 4 AASS por turno y 3 técnicos especialistas (trabajador social, educador social, psicólogo). Al no poder dar atención a las personas residentes en las oficinas del equipo técnico, estos se unían a lo que nosotras denominamos el ‘trabajo de campo’. En ese sentido, había que dejar de lado el ‘estatus’ que puedas ocupar dentro de la institución y hacer un ejercicio de humildad, evaluar realmente qué profesionales debían orientar en el desarrollo de la vida del centro. Así fue, el equipo AASS dejando de lado su lucha por ser reconocida la categoría que le corresponde, nos pusimos manos a la obra. Desde rediseñar el servicio de comedor para exponer al mínimo tanto a trabajadoras como personas usuarias, hasta acentuar la importancia de la limpieza e higiene personal, sin olvidar el apoyo psicológico que acostumbramos a hacer y que tiene poca visibilidad, pero hay un trabajo de fondo que se ha visto agravado con este maldito virus.
Más que nunca, se dio un enfoque globalizador en la intervencion, ya no solo tener en cuenta las características individuales de cada persona usuaria, sino flexibilizar determinadas conductas a causa del estado de alarma en que nos encontrábamos.
El Centro de Acogida Juan Luis Vives, fue elegido como apto para acoger a personas con diagnostico COVID-19. Esto produjo mucho nerviosismo entre nosotras, y más viendo como un número importante de trabajadoras se había infectado por el virus, no obstante, esto no nos detuvo para dar el servicio que merecen los y las usuarias. Personas que a pesar de que la sociedad les haya excluido, para nosotras eran principalmente PERSONAS, antes que personas sin hogar. Por lo que a pesar de que la estructura del centro no estaba bien diseñada para prestar atención a un gran número de personas con pronóstico COVID, o con diagnostico confirmado, no nos frenó en dar lo mejor de nosotras para hacerles sentir que estábamos allí para ellas. Es importante hacer una mención especial al equipo de enfermería que tenemos en el CAJLV y recordar a las personas que ya no están con nosotras, porque fueron ‘invitadas a marcharse’ injustamente, pero el tiempo que estuvieron, dejaron claro que sin ellas no podríamos haber conseguido controlar la situación. Así que compañeras, GRACIAS de nuevo por vuestro compromiso, profesionalidad y sensibilidad. Dejasteis huella a pesar de que os intentaran pisar.
Hemos vivido momentos de tensión importantes. Mediar entre las personas usuarias era una constante. Si tienes en cuenta el perfil heterogéneo que convive en este tipo de recursos, además del estado de angustia que supone que te priven de tu libertad de movimiento, el resultado son conflictos continuos. Es significativo señalar que nosotras no estábamos preparadas para hacer un trabajo de contención, tanto por el número de trabajadoras presenciales por turno como por la falta de profesionales que pudieran abordar las situaciones de emergencia desde una intervención psicológica.
Cuando las necesidades superan a los recursos hay que priorizar y establecer una jerarquía en las alternativas de acción. El simple hecho de tener que elegir supone renunciar y esto va a dejar consecuencias que pueden ser irreparables. No obstante, si los recursos existentes fueran paralelos, bien ajustados a las exigencias de los tiempos y no fueran adaptados a las tendencias políticas existentes, de claro corte liberal, las denominadas ‘infraclases’ quizá no seguirían manteniéndose en el mismo estatus social y condenados a estar institucionalizados con serias dificultades de experimentar una movilidad social ascendente que les pueda dignificar.
Por otro lado, me resulta bastante contradictoria las diferencia salarial que existe entre los profesionales de la sanidad y de los servicios sociales, y por favor que no se malinterprete, son más que merecidos los salarios que perciben los profesionales sanitarios y seguramente se merezcan una subida salarial. No obstante, en lo que respecta a los trabajadores de los servicios sociales, la diferencia es enorme a pesar de que a menudo realizamos trabajos equiparables. Por lo que esto es un llamamiento a las instituciones públicas para que revalúen dicha brecha salarial.
Sin lugar a duda, el diseño de estos macro albergues que viene desarrollándose desde los años 90, no parece que dé los resultados que se esperaban. No creo que deba medirse en conceptos de eficiencia y eficacia característicos de la economía, sino valorar como personas que vuelven a integrarse en la sociedad, que transitan a una vida fuera de la precariedad absoluta.
El crecimiento del tercer sector puede ser una forma de externalizar los costes y la prestación de servicios, por lo que el Estado se desvincula de la gestión directa, aunque continúe financiando con presupuesto públicos muchas actividades este. El delegar determinados asuntos de interés público, como son los servicios sociales, a empresas cuyos intereses económicos preponderan a los intereses de las personas usuarias es un error con consecuencias profundas a nivel social. Esto nos coloca en una disyuntiva que supone elegir entre la reintegración de las personas sin hogar, lo que generalmente se logra con inversión y calidad, o el asistencialismo que «mal cubre» las necesidades básicas que sí reporta un beneficio económico.
Resulta difícil realizar un itinerario individualizado de intervención cuando la ratio técnico/persona usuaria es de 1 trabajador por 40. Abandonar el paradigma caritativo/asistencial y diversificar los recursos en función del proceso de intervención que se encuentre cada persona, esta es la línea de trabajo por la que yo apostaría. Y por supuesto dotar los centros de más personal técnico en vez de tanto personal auxiliar, que a pesar de que su coste y formación sea menor, se pretende que ejerza competencias muy por encima de sus posibilidades.
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