Otra vez saltan a la prensa y la
televisión escándalos de maltrato y explotación sexual de menores bajo la
tutela del Estado. Y como también es habitual, tras abordar de la forma más
sensacionalista y cínica esta realidad, los hechos se intentan enterrar en el
olvido. Pero no, no vamos a olvidar. Tanto lo ocurrido con este último caso
como en los anteriores, desnudan un sistema podrido y una moral política
nauseabunda. Todos miran para otro lado. Todos son unos canallas.
Estremecedor. No hay otra palabra. Conocer
que niñas de 13 y 14 años “acogidas” en centros de la Comunidad de Madrid (CAM)
fueron enganchadas a las drogas para introducirlas en una red de prostitución,
y todo ello ante la pasividad infame de cuidadores, responsables y políticos,
produce una nausea inacabable. Una de ellas, una niña de 13 años fue vendida
por su progenitor a un proxeneta a cambio de dos bolsas de cocaína. Varias
fueron prostituidas en zulos, narcopisos y polígonos industriales, incluso
secuestradas y agredidas sexualmente hasta 72 horas ininterrumpidas, sin
recibir ningún alimento. Pero aquí no se juzga a ningún responsable. Aquí todo
se tapa, todo se encubre, todo se esconde.
Lo sabían y no hicieron nada
No estamos ante una trama criminal que
actúa al margen de las instituciones y de forma clandestina. Esto no es
ficción, no es una serie de televisión, no es novela negra. Es lo que ocurre en
2022, en una sociedad que se considera democrática y avanzada, con una
legislación teóricamente garantista de los derechos de la mujer y los niños.
Ocurre dentro del sistema de tutela de
menores, sostenido por los Gobiernos autonómicos y central, por el PP, por el
PSOE y por UP. Y ocurre una y otra vez. Basta con leer el auto de la
investigación, donde se recoge como la Policía “procedió a tomar declaración al
educador de la residencia infantil donde se encontraba la menor (...)
informando cómo (...) se fugaba habitualmente del centro, y cuando
regresaba, lo hacía en unas condiciones de desamparo total, sucia, con aspecto
de ‘yonki’”.
Es decir, lo sabían y no hacían nada, no
movían un dedo para evitarlo, para que este sufrimiento sórdido y cruel parase.
Y si esos educadores actuaron así es porque tenían instrucciones precisas para
actuar así, normalizando lo que es imposible de normalizar.
Los datos que prueban que el problema es
sistémico son abrumadores. En 2017, un informe de UNICEF alertaba de casos de
explotación sexual en centros de menores de siete de las nueve comunidades
autónomas que había investigado. Dos años después saltó el escándalo en
Mallorca, cuando tras la violación grupal de una niña de 13 años tutelada por
el Instituto Mallorquín de Asuntos Sociales, el máximo responsable de este
organismo reconoció tener constancia de que hasta 16 menores –15 chicas y un
chico– con medidas de protección por parte de la institución, habían sido
víctimas de explotación sexual.
Serafí Carballo, Defensor del Menor de
Baleares, denunció que hay constancia de este mismo tipo de redes en Murcia,
Sevilla, Castellón, Las Palmas y Madrid. Actualmente, en la Comunidad
Valenciana se investigan 175 casos de abusos a menores tutelados por la
Generalitat. La situación es tan escandalosa, que tanto Amnistía Internacional
como el Comité contra la tortura de la ONU señalan los habituales abusos en
centros de menores españoles.
El grado de impunidad y de absoluto
desprecio del entramado burocrático institucional respecto a estas criaturas es
tal, que ni siquiera intentan disimular. Y los responsables son todos: PP, PSOE
y UP, todos los que tienen mando en la gestión y administración de este
servicio social esencial.
Noemí Pereda, directora del Grupo de
Investigación en Victimización Infantil y Adolescente de la Universidad de
Barcelona informó de que “durante el informe que hicimos con la Universidad de
Barcelona solicitamos como comisión de expertos a las distintas autonomías que
comunicaran si en sus centros había casos de explotación y si tenían protocolos
para prevenirla. Ninguna comunidad, excepto Madrid e Ibiza, respondió. Y
estas últimas en el sentido de que estaban trabajando en un documento. Es un
tema tabú, es un tema secreto que las comunidades quieren tapar a toda costa”.
En 2017, un informe de UNICEF alertaba de casos de explotación sexual en centros de menores de siete de las nueve comunidades autónomas que había investigado.
Pero este secreto, además de evitar que se escarbe en la situación de abandono
y marginación que sufren miles de menores, también quiere esconder el fabuloso
negocio que se está haciendo con la privatización de este servicio. En lugar de
garantizar el bienestar de los menores abandonados y tutelados, la política de
Estado es garantizar el lucro de un puñado de empresas que se presentan ante la
opinión pública, gracias al lavado de cara que les proporciona la
administración, como fundaciones y ONGs.
El negocio de aplastar a los débiles
Aunque la opinión de los especialistas en
maltrato infantil es que estos niños, niñas y adolescentes deben ser acogidos
por familias o en pisos tutelados, con personal capacitado y suficiente para
que un trato individualizado permita construir vínculos afectivos basados en la
confianza y el respeto, la realidad es muy diferente: actualmente hay más de
23.000 menores viviendo en residencias infantiles que renuncian
mayoritariamente de este objetivo.
El beneficio manda. Según un estudio de la
Cámara de Cuentas de Andalucía el gasto medio de un menor que vive en una
residencia supera los 3.000 euros al mes. Teniendo en cuenta
que el 95% de los centros de menores están privatizados y que ‘acogen’ a
decenas de miles víctimas, estamos hablando de un gran volumen de dinero
público que se entrega a manos privadas. Y ya sabemos cuáles son los criterios
que rigen en estas empresas: masificación, bajos salarios, escasez y falta de
cualificación del personal, ausencia de dotación material y, en un sector donde
los ‘usuarios’ son víctimas indefensas, malos tratos.
No es ninguna casualidad que cuatro de las
menores prostituidas bajo tutela de la CAM pertenezcan al centro Picón del
Jarama, tristemente famoso en 2009 por los crueles castigos aplicados bajo la
gestión de la Fundación O'Belén. Ángel, un adolescente fugado de esa casa de
tortura, relató el suicidio de un compañero de doce años y otros dos intentos,
“uno tragándose un lápiz y otro con cristales”, además de constatar como muchos
chicos “están totalmente empastillados, quietos todo el día y sin moverse”.
Respecto a otro centro gestionado por la
misma fundación en Azuqueca de Henares, un educador denunció como entre 2004 y
2006 fue testigo de castigos de “contención salvaje” y el uso continuado
de un “trato vejatorio, con insultos y malas formas”, concluyendo que en
“O'Belén quizá sean los salvajes entre los salvajes, pero se sabe que este
modelo de disciplina se está utilizando en otros centros, igual que en otros
países europeos, pero mueve demasiado dinero como para intervenir”.
Su moral y la nuestra
Mientras esta barbarie se desarrolla con
total impunidad, las y los tertulianos harán hincapié en la nacionalidad
extrajera de los proxenetas o describirán de forma morbosa la falta de instinto
maternal y paternal de los progenitores a los que, correctamente, se les retira
la custodia de sus hijos. Pero en ningún caso irán al fondo del asunto: la
miseria creciente que alimenta la desesperación, todo tipo de adicciones e,
inevitablemente, la violencia.
No quieren destapar la relación causa
efecto entre las precarias condiciones en las que malviven los sectores más
empobrecidos de nuestra clase y lacras como el alcoholismo y la drogadicción,
la ludopatía, el maltrato infantil o la prostitución. De hecho, la crisis
económica que nos azota ha provocado que en los últimos cinco años el número
de menores tutelados en el Estado español haya aumentado un 18%,
superando por primera vez los 50.000.
Tampoco quieren desnudar esta verdad los políticos al frente de las instituciones. Al lado de la bochornosa inhibición de la izquierda gubernamental en Baleares, tenemos a la derecha, que por boca de Ayuso y frente a la violación reiterada de niñas en Madrid simplemente espeta que “una vez salen a la calle, la Comunidad de Madrid no puede ponerles vigilancia”.
La crisis económica que nos azota ha provocado que en los últimos cinco
años el número de menores tutelados en el Estado español haya aumentado un 18%,
superando por primera vez los 50.000.
¿Qué otra cosa podíamos esperar? Decenas de miles de nuestros mayores murieron
sufriendo y en soledad, encerrados como animales en las habitaciones de las
residencias geriátricas durante la pandemia. Aunque, seguramente, para los
beneficiarios de los casi 5.000 millones de euros anuales que genera este
sector, el profundo dolor que ello ha provocado esté plenamente justificado o,
mejor dicho, rentabilizado.
Para los capitalistas la vida de la
mayoría vale muy poco. Pero, si además se trata de un ser humano pobre, menor y
mujer no valdrá absolutamente nada: tan solo es materia prima para la
explotación laboral, o para ser violada en un burdel próximo, o para sumergirse
en las cloacas de las drogas y el alcohol.
Los poderosos consideran a los niños y
niñas como otra fuente más de beneficio; pero nosotros, sin importar que sean o
no nuestros hijos e hijas biológicas, los consideremos seres maravillosos a los
que hay que proteger y hacer felices. Y eso, no hay otra opción, implica una
lucha frontal y sin reservas contra este orden cruel y sin corazón.
https://youtu.be/uc6IzBhQoXc
ResponderEliminarAnimamos a toda la gente de bien, a que se sume a la "procesión de herejes rebeldes" el día 29 en Madrid denunciando los estragos de los "Servicios Suciales", y toda la Inquisición a la que éstos sirven de tapadera para traficar con menores.
Retiradas abusivas basadas en palabras subjetivas de trabajadoras sociales, que siguen unos protocolos manidos y llenos de contradicciones con respecto a los informes médicos.
ResponderEliminarNiñxs en centros con falta de alimentación, y donde hay presuntos abusos, maltratos, y como ahora estamos viendo prostitución.
Llevamos tiempo denunciando esto.