El acuerdo firmado el pasado 11
de mayo por el Gobierno, la CEOE y los máximos dirigentes de CCOO y UGT ha sido
presentado como un paso más en el llamado “Escudo Social”. Pero cuando
descendemos a la letra pequeña del mismo, y apartamos el celofán de la
propaganda, nos encontramos con que este nuevo pacto social sirve esencialmente
para que la patronal siga haciendo caja gracias los recursos públicos, y para
abaratar los despidos masivos que preparan.
Burlándose de los llamamientos al
“esfuerzo común” para frenar la pandemia, los empresarios no tienen en mente
más que aprovecharse del desastre sanitario y social causado por el coronavirus
para obtener el máximo lucro, aunque ello suponga multiplicar el sufrimiento de
las familias trabajadoras y oscurecer aún más el futuro de las generaciones más
jóvenes. Y lo están logrando porque las direcciones de CCOO y UGT, y
lamentablemente también el Gobierno, en lugar de exigirle que pongan sus
beneficios estratosféricos al servicio del mantenimiento del empleo y los
salarios, les facilitan los instrumentos para cargar sobre las espaldas de la
clase obrera las consecuencias de esta catástrofe.
Despido más fácil y más barato
El Real Decreto-ley 18/2020,
aprobado por el gobierno PSOE-UP el 12 de mayo, prepara los mecanismos legales
para que los planes empresariales se desarrollen lo más suavemente posible. Los
decretos de marzo ya establecieron una normativa para los ERTE diseñada a la
medida de los intereses de las grandes empresas. El nuevo decreto profundiza
aún más en esa línea y profundiza en la normativa para facilitar los despidos y
rebajar o compensar el coste de las indemnizaciones.
Lo primero que establece el nuevo
decreto es la garantía de que se seguirá pagando con dinero público la parte
del león de los costes empresariales. Para ello se crea la figura del ERTE
parcial por fuerza mayor, que permite a los empresarios retomar su actividad
manteniendo las espléndidas exoneraciones de cuotas a la Seguridad Social
establecidas para los casos de cierre total de empresas a causa de las medidas
de confinamiento. Además, se facilita la transformación de los ERTE por fuerza
mayor en ERTE ordinarios, de manera que el empresario pueda mantener a una
parte o a toda su plantilla sujeta a una reducción de ingresos y a la
incertidumbre de la vuelta o no al trabajo.
Para reforzar el poder del
empresario frente a sus asalariados, el Decreto hace finalizar el 30 de junio
la disposición que establecía que la prestación por ERTE no consumía los
derechos a la prestación por desempleo acumulados por el trabajador, o que
garantizaba el cobro de la prestación a pesar de no tener acumulado el mínimo
de cotizaciones exigido. Esto es muy grave y un paso atrás serio, ya que a
partir del 1 de julio cientos de miles de trabajadores seguirán en ERTE pero en
condiciones mucho peores, consumiendo su desempleo o sin posibilidades de
ingresar nada. En resumen, este acuerdo lejos de proteger los derechos allana
el camino a todo tipo de abusos empresariales.
En segundo lugar, el nuevo
Decreto aumenta las facilidades para el despido. La famosa cláusula de
“Salvaguarda del Empleo” establecida en marzo, y que obligaba a las empresas
con ERTE a garantizar el empleo durante 6 meses, se modifica hasta el punto de
que no sólo anula la mayoría de las supuestas garantías frente al despido —que
eran más bien pocas—, sino que incluso se empeoran algunas de las situaciones
previas a la pandemia.
Para empezar, la cláusula ya no
se aplicará a los trabajadores sujetos a ERTE ordinarios, que son más de
300.000, ni a los trabajadores no incluidos en el ERTE de una empresa con ERTE
parcial. Además, los seis meses de supuesta limitación de despidos empiezan a contar
desde el momento en que el primer trabajador en ERTE se reincorpore al trabajo,
es decir, que reincorporando en mayo a un solo trabajador, en noviembre la
empresa ya podría despedir a afectados por ERTE sin restricciones.
Adicionalmente se establecen tal
cantidad de excepciones para sortear esa “salvaguarda” —riesgo de concurso de
acreedores, atención a las “características específicas de los distintos
sectores”, atención a las “especificidades de aquellas empresas que presentan
una alta variabilidad o estacionalidad del empleo”…—, que en la práctica la
“prohibición del despido” de la que tanto alardearon los ministros de UP, y que
realmente tan solo suponía entregar a un juez la capacidad de dictar despido
improcedente en lugar de procedente y que el trabajador obtuviera una
indemnización de 33 días y no de 22, ahora ya desaparece por completo. La
propaganda se ha desmoronado en muy poco tiempo dejando paso a una realidad muy
diferente a la que nos contaba la ministra Yolanda Díaz.
Pero la situación es mucho peor
para los más de cuatro millones de trabajadores sujetos a contratación temporal
por obra o servicio. El nuevo decreto no solo elimina la mínima protección
establecida en marzo, sino que ahora ya no hace falta ni siquiera esperar a que
termine la obra o servicio para dar por extinguida la relación laboral. Basta
con que el empresario alegue que “no pueda realizarse de forma inmediata la
actividad objeto de contratación” para que el contrato se acabe. ¡Un paso atrás
respecto a la situación previa!
Por último, para los empresarios
que a pesar de todas las facilidades despidan a trabajadores afectados por un
ERTE, las sanciones previstas en el Decreto son meramente simbólicas. Mientras
que en el Decreto de marzo los empresarios que despedían a un trabajador sujeto
a ERTE debían pagar tanto el importe de la prestación pagada al trabajador como
las bonificaciones a la SS de las que se hubiesen beneficiado, en el nuevo
Decreto se regala a los empresarios el importe de las prestaciones del SEPE.
¿Qué más podría pedir la Patronal?
Los empresarios no son nuestros
aliados
En estas semanas hemos tenido que
escuchar los elogios constantes de Yolanda Díaz y del vicepresidente Pablo
Iglesias a los empresarios de este país. En la sesión parlamentaria de control
al Gobierno del pasado 13 de mayo, Iglesias recriminó a los diputados del PP y
Vox por no “arrimar el hombro” igual que hacen los empresarios, que según él
han demostrado en su inmensa mayoría una gran responsabilidad. Lo mismo ha
dicho en reiteradas ocasiones Yolanda Díaz, cómo en la última entrevista que
concedió a El País el 17 de mayo, recordando que la patronal, CCOO y UGT tienen
una “trayectoria histórica muy relevante de la que pocas veces se habla.
Siempre han estado donde deben estar. Saben que estas políticas pueden ayudar
en este momento histórico y son capaces de ponerse de acuerdo.”
Ahora, los ministros de UP siguen
la estela de los dirigentes del PSOE en su apoyo sin fisuras a las políticas de
colaboración de clase, lanzan constantes lisonjas a los grandes empresarios o
celebran la caridad de personajes como Amancio Ortega y Ana Patricia Botín. Sin
pensárselo dos veces ponen en práctica sus propuestas, como ocurrió con los
millones de trabajadores de industrias y sectores no esenciales obligados a ir
a sus puestos en plena pandemia.
Sin embargo, los empresarios y
capitalistas de nuestro país no han cambiado en nada. Siguen siendo los de
siempre. Los mismos parásitos que practican un fraude fiscal monumental, que
según las cifras que afectan a las grandes fortunas y grandes empresas está por
encima de los 60.000 millones de euros al año. Son los mismos que tampoco hacen
asco a las manifestaciones de Núñez de Balboa, porque viven allí. Pero son
gente práctica, muy práctica. Si sus exigencias son atendidas de buen grado por
el Gobierno, ¿qué razón hay para no firmar un acuerdo que les da grandes
ventajas y les llena los bolsillos?
Cuando ven las “colas del hambre”
en Madrid y otras ciudades —las interminables colas formadas por personas que
hasta ayer tenían un trabajo y conseguían ganarse la vida con más o menos
holgura, y que hoy necesitan de la solidaridad de sus vecinas y vecinos para
poder comer—, en lo único en que piensan los empresarios es en la oportunidad
que se les abre de sustituir a sus plantillas actuales por nuevas
contrataciones de trabajadoras y trabajadores que, obligados por la más extrema
necesidad, aceptarán cualquier tipo de trabajo por penosas que sean sus
condiciones y miserables los salarios.
Dos datos ilustran como los
empresarios aprovechan la crisis del coronavirus para incrementar sus
beneficios, provocando así el aumento de la desigualdad social y la extensión
de la pobreza.
Las muertes en accidente de
trabajo crecieron un 29% en el primer trimestre del año respecto al mismo
período del año anterior, y una parte importante de esas muertes ocurrieron
bajo el estado de alarma, cuando la actividad económica se había reducido
considerablemente. ¿Qué les importa a los empresarios la vida de los 181
trabajadores fallecidos en esos tres meses, si han conseguido ahorrase unos
buenos euros prescindiendo de las más básicas medidas de seguridad?
El segundo dato relevante es el
frenazo en seco de la negociación colectiva. Mientras en abril de 2019 se
firmaron 139 convenios que afectaban a casi 200.000 trabajadores, en abril de
2020 se firmaron 10, que incluían solo a 3.200 trabajadores.
Las declaraciones de una de las
patronales más importantes, la patronal del metal (Confemetal) no dejan lugar a
dudas sobre sus intenciones: “la negociación colectiva está muerta este año”; y
añaden que incluso los minúsculos incrementos salariales pactados con CCOO y
UGT para 2020 son ahora “absolutamente disparatados”. Así anuncian la cascada
de descuelgues de convenio colectivo que miles de empresas ya están preparando
para complementar sus planes de despidos masivos.
Pero lo peor es que la no
renovación de los convenios ya vencidos, o que van a vencer en los próximos
meses, dejará a numerosas empresas y a sectores enteros sin la cobertura de un
convenio colectivo. Eso significa que esos empresarios podrán contratar nuevos
trabajadores sin tener que respetar las condiciones de los convenios, es decir,
podrán hacerse pagando solo el SMI, y con los escuetos derechos laborales que
reconoce el Estatuto de los Trabajadores.
En suma, que con la ayuda de los
decretos del Gobierno y con la complicidad de los dirigentes de CCOO y UGT se
han creado las condiciones para que los empresarios den un gran salto adelante
en su sueño de sustituir empleo fijo, con condiciones más o menos dignas, con
protección de un convenio colectivo y con reconocimiento de antigüedad, por
empleo precario desprovisto de cualquier derecho.
Pero para poder sustituir a las
plantillas actuales por nuevas trabajadoras y trabajadores con peores
condiciones, primero hay que deshacerse de los trabajadores más antiguos. Como
el despido en el Estado español es libre, pero no gratuito, los empresarios
deberán desembolsar indemnizaciones por despido, que, tras la Reforma Laboral
aprobada por el PP en 2012, ascenderían a 33 días por año trabajado hasta un
máximo de 2 años de salario en el caso de despido declarado improcedente por
los Tribunales, pero que se quedarían en 20 días por año trabajado con un
máximo de un año de salario en caso de despido objetivo.
Es decir, que dependiendo de la
calificación que reciba el despido de acuerdo a la legislación vigente, el
empresario podría ahorrarse hasta la mitad de la indemnización que pudiera
corresponder. A la vista del alto número de trabajadoras y trabajadores
afectados por ERTE, 3.400.000 a 30 de abril, es razonable pensar que la próxima
ola de despidos afectará a muchos cientos de miles de trabajadores. Lo que
están en juego son miles de millones de euros en futuras indemnizaciones, por
eso el objetivo de los empresarios es reducir esa cifra al máximo.
Por un sindicalismo combativo y
de clase que plante cara a la patronal
La política de las cúpulas de
CCOO y UGT, utilizando constantemente el argumento del “mal menor” y “es lo que
hay”, no despierta ningún entusiasmo entre miles de delegados y afiliados que
se unieron en su día a esos sindicatos para defender sus derechos. Las
direcciones burocráticas del sindicalismo de pacto y moqueta se aprovechan del
shock y la incertidumbre que golpea a millones de familias para imponer una
política que ha fracasado. Es completamente erróneo aplaudir esta estrategia, o
presentarla como una alternativa para la clase obrera cuando no es más que la
continuidad de un modelo sindical que ha permitido a la patronal laminar
derechos, salarios y llevarnos a una precariedad desconocida.
Por el momento, los aparatos
burocráticos de CCOO y UGT han conseguido acallar cualquier brote de crítica
surgido de entre sus filas. Las facilidades del Gobierno para que los dos
grandes sindicatos puedan firmar ERTEs a espaldas de los trabajadores
afectados, unidas a las limitaciones impuestas por el Estado de Alarma, han
ayudado a ahogar cualquier tipo de protesta laboral.
Pero esta situación no va a durar
indefinidamente. A medida que los planes de la patronal se vayan desarrollando,
a medida que los ERTE de hoy se vayan transformando en ERE, las tradiciones de
lucha y combatividad de la clase obrera del Estado español resurgirán con
fuerza.
Desde la red de Sindicalistas de
Izquierda hemos podido participar en algunas de las primeras acciones de
resistencia frente al ataque patronal, y hemos comprobado que si un grupo de
trabajadoras y trabajadoras, incluso aunque no sean delegados sindicales,
incluso sin estar afiliados a un sindicato, se plantan frente a las
pretensiones empresariales y agrupan y movilizan a sus compañeras y compañeros
de trabajo, tenemos la fuerza para frenar, o limitar al menos el ataque
patronal.
Ante lo que se viene encima, la
organización en los centros de trabajo es más necesaria que nunca, lo mismo que
defender un sindicalismo combativo y de clase basado en la confrontación con
las patronales y en la movilización de nuestra inmensa fuerza como
trabajadores. Un sindicalismo que se apoye en un programa socialista y que
ofrezca una alternativa para superar el sistema capitalista.
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