miércoles, 7 de octubre de 2020

Botellines (de birras y esbirros)

¡Qué difícil es explicar a qué nos dedicamos! Cualquiera que se dedica a "lo social" lo ha vivido: estar de cañas, y tras una larga conversación sobre tu trabajo llega la pregunta...¿exactamente a qué te dedicas? Muchas veces cuesta que nos entiendan, más allá del "ayudar a los pobres". Aunque suele bastar para despertar empatía y admiración, al menos temporal, entre los contertulios. 

Más difícil lo tienen los cuadros medios de las entidades en nuestro sector. ¿Cómo explicar a qué se dedica un coordinador o un director de centro?  ¿Coordina la intervención de su equipo o es un mero capataz? Pues depende. Hay de todo, como en botica. Como en todas partes.

Obviamente, entre los "jefes" de nuestro sector hay de todo, grandes profesionales muy comprometidos, compas que hacen lo que pueden con los pocos medios que tienen y las presiones que sufren desde empresas y administraciones, y también simples sabandijas corporativas. Pero desde Nuremberg no es válido el argumento de la obediencia debida, así que a pesar de las circunstancias condicionantes, en última instancia, cada cual es responsable personal de sus actuaciones. Cuando se asume un cargo de responsabilidad hay que elegir qué ser: o profesional o lacayo.

Y luego ya están los que pretenden ser más papistas que el papa. Los que recortan por cuenta propia para mostrar su "eficaz gestión" (llegando al absurdo de ordenar no llenar los vasos de leche o contar servilletas), los que niegan el ejercicio de derechos a la plantilla al margen de la propia empresa, quienes organizan turnos imposibles para evitar plantear a la empresa que se necesita más personal. En definitiva, aquellos manijeros que actúan como si el cortijo fuera suyo. Con la pandemia, estas situaciones se han agravado, llegando a poner en peligro la salud de la gente por la defensa a ultranza de los intereses corporativos.

Para evitar estas situaciones que todos conocemos, una medida básica consiste en basar el nombramiento de estos puestos en criterios de promoción objetivos, basados en los méritos y capacidades de la persona y no tanto en "cuestiones de confianza". Mucho más cuando la inmensa mayoría de los recursos son servicios públicos privatizados. Con dinero público no se puede fomentar el clientelismo.

No vamos a apelar a la conciencia de estos secuaces de la patronal. Para eso tendrían que tenerla. Aunque también sabemos que su acción se basa en la impunidad del anonimato. Y en ese desconocimiento del que hablábamos al principio. Igual si al ir a echarse unos botellines en el bar se supiera que su trabajo no consiste en ayudar a los pobres, sino maximizar los beneficios de un fondo buitre, las cosas cambiarían. Igual cada palo debería aguantar su vela.




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