sábado, 16 de febrero de 2019

En defensa de un servicio de Salud Mental público y de calidad

Desde el comienzo de la crisis el aumento de personas que han tenido algún problema de salud mental ha sido constante, una auténtica epidemia, así como el del número de suicidios, sin duda, la consecuencia más dramática de un problema de salud mental. Esto ha sido consecuencia principalmente de las políticas de recortes y de austeridad implementadas por los diferentes gobiernos, tanto el Gobierno central como los de las Comunidades Autónomas y Ayuntamientos.


Cualquier persona ajena al sector de la salud mental podría esperar que esta situación fuera denunciada por las empresas que trabajan en este ámbito, que se autodenominan eufemísticamente como entidades o instituciones, y que emprendieran un movimiento de protesta para revertir esta situación, es decir, que trabajaran para mejorar la salud mental de la población, lo que se supone que debe ser su objetivo y fin. Sin embargo, nos encontramos justo lo contrario, asistimos a una lucha entre estas empresas por acaparar políticos que acudan a sus eventos de cara a conseguir lucrativos contratos. Eventos donde volverán a repetir sus fabulosos propósitos al lado de aquellos mismos políticos responsables de negar los recursos económicos necesarios para garantizar servicios de salud mental dignos y de calidad. Alegan que no hay recursos, al tiempo que apoyan la modificación del artículo 135 de la Constitución, donde se especifica que es más importante el pago de la deuda bancaria que otorgar recursos a las personas con algún problema de salud mental. 

¡Basta de hacer negocios a costa de la salud mental! 

Que la salud mental es un negocio está claro. Actualmente grupos de capital de alto riesgo de Alemania se han fijado en este sector como una fuente de inversión y por supuesto de lucrativos beneficio. Para comprender esto baste decir que la Comunidad de Madrid otorga a una empresa de este tipo 93€ por persona y día en un contexto residencial, es decir, con lo que genera una persona pueden pagar el sueldo de dos profesionales. De esta forma los usuarios/as se convierten en un bien preciado, siendo considerados como meros productos con los que obtener beneficios. 

Estas empresas buscan ampliar el número de plazas, para obtener más recursos públicos, pero manteniendo en los huesos sus plantillas de profesionales y empeorando, por tanto, el servicio. De esta manera sus beneficios aumentan de manera exponencial pero, en vez de invertir en nuevos recursos, se aumentan los sueldos de los cargos directivos de estas compañías, aunque sin que sea posible saber su salario, así como los complementos económicos que obtienen, lo que implica una total falta de transparencia. Algo consentido por el poder político, que garantiza a estas empresas un chorro de dinero público, ¡de todos!, encontrando además en estas fundaciones, asociaciones y demás organismos, un fiel aliado que no cuestione su estatus ni reivindique mayor justicia social. ¡Negocios son negocios! 

La precariedad laboral del sector degrada el servicio y perjudica a las familias 

Estas empresas que presumen de integración y de cuidar a sus trabajadores, apenas pagan el salario mínimo a sus empleados con discapacidad alegando que al menos tienen un trabajo, pues de lo contrario, con la discapacidad que padecen, no podrían conseguir ninguno. Al tiempo que dicen esto, asistimos a su despliegue de acciones anti-estigma y propósitos de integración. ¡Vaya cinismo!


El resto de trabajadores tampoco tienen una situación muy diferente: años de congelación salarial (algunas empresas siguen pagando los mismos salarios que en el año 2011), pérdida de días de vacaciones, eliminación de los trienios… recortes todos ellos motivados, según estas empresas, por la crisis económica y por la difícil situación que atraviesan. Esta excusa supone un formidable acto de cinismo por parte de empresas que, mientras empobrecen a sus trabajadores, organizan acciones formativas en las cuales directivos y altos cargos de dichas empresas reciben bonificaciones y complementos por cuatro horas que pueden ascender a dos semanas de trabajo de cualquier trabajador, o realizan viajes de “reflexión” que implican dos días en otra ciudad y los gastos que eso conlleva. ¡Para eso se ve que sí hay recursos! Y todo esto en empresas y “fundaciones” que funcionan financiadas con dinero público, dinero de todas y todos. 

Defender un servicio público de calidad y condiciones laborales dignas

Un comportamiento que debería ser denunciado por los sindicatos mayoritarios (CCOO y UGT) que jamás, al menos hasta ahora, han mostrado interés por el sector de la diversidad funcional, hasta el punto de negarse a defender la necesidad de que el servicio vuelva a ser público y que no sea un coto de caza privado para que distintas grandes empresas y multinacionales hinchen su cuenta de resultados. Es imprescindible exigir a los llamados agentes sociales que tengan el mismo discurso que mantiene con la sanidad y la educación, que luchen por la dignidad profesional de las personas que se dedican a este ámbito, y por defender un servicio 100% público de salud mental.

Los sueldos en dichos sectores prácticamente doblan la remuneración que recibe alguien que trabaje en el sector de la salud mental y que tenga una titulación equivalente. Para dignificar las condiciones de nuestros sector, y la propia calidad del servicio, las y los trabajadores necesitamos organizarnos y luchar por nuestro reconocimiento profesional, dejando en el olvido frases que la patronal ha querido que asimiláramos, de cara a justificar nuestra precariedad y bajos salarios, como “la satisfacción personal es más importante que el dinero” o “me gusta lo que hago y con eso me doy por satisfecho”. Nuestra profesión es de vital importancia en la sociedad y como tal debemos considerarla.

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